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26.1.16

La lectora en el living

El post de La lectora en el living apareció en marzo del 2010, aquí el post original.


foto: Lali


Los libros son como los sueños:
nadie sabe de dónde vienen.
Paul Auster,
escritor estadounidense (1947)

Si bien en Buenos Aires siempre tiene disponible un café, un banco de plaza, una escalera de escalones grandes o un pedacito de césped, hay días en que ella -sin renegar de lo que la ciudad le ofrece- anhela un living, pero no el suyo: uno que se encuentre al aire libre y que resulte la intersección entre su casa y la calle.
La lectora cierra los ojos e imagina que a su alrededor todo se transforma. Con su mente reconstruye el entorno. No elimina la ciudad, sólo agrega una lámpara que brota del suelo como si fuera un árbol, y un sillón sobre el pasto al mejor estilo de las rocas.


Farola Big King. D. Fischman & J. Kayser (2009)
Sillón BKF2000. J B. Doberti & C. Rimoldi (2001)
Foto realizada durante la muestra "Animales urbanos" en el Museo de Arquitectura y diseño (MARQ).

19.1.16

La lectora en el puente

El post de La lectora en el puente apareció en diciembre del 2009, aquí el post original.

foto: Lali


Siempre nos gusta salir un poco de nosotros mismos,
viajar, cuando leemos.

Marcel Proust
(1871-1922), escritor francés.


Un hueco se abre en su agenda, algún compromiso suspendido que le regala, de un momento a otro, un par de horas libres. Va hacia el río con la idea de sentarse en algún banquito al sol. Antes de llegar al banquito, se topa con un puente. Los puentes hacen que uno no se encuentre ni en tierra, ni en agua, ni en aire, al tiempo que está en todos esos lugares a la vez. Abre el libro mientras cruza el puente, y algo ocurre. El puente, que normalmente la llevaría hacia el otro lado, la conduce hacia las páginas que la despiertan como lectora.

También en:

12.1.16

La lectora en la torre

El post de La lectora en la torre apareció en diciembre del 2009, aquí el post original.


foto: Lali
No existe mejor fragata que un libro
para llevarnos a tierras lejanas.
Emily Dickinson
(1830-1886), escritora estadounidense.


Ella entra al palacio y va directo a la escalera. Tal vez busque pasar el nivel de la ciudad, llegar a una altura donde haya menos pensamientos revoloteando en el aire. El corazón se le acelera. Alcanza la torre y sale a un balcón amplio. En la soledad de la altura, más allá de las cúpulas y las terrazas, el aire pasa libre entre sus ojos y las páginas. Su mirada se transporta hasta posarse en las palabras y, con ellas, levantar vuelo.




Gracias a Miqueas Thärigen, del Palacio Barolo

5.1.16

La lectora en el subte

El post de La lectora en el subte apareció en diciembre del 2009, aquí el post original.


foto: Lali

Un libro es como un jardín 
que se lleva en el bolso.
Proverbio árabe


Tarde de calor en Buenos Aires. Ella se lanza a la boca del subterráneo. Una boca con dientes húmedos y rieles ruidosos. El aire es denso. El suelo, pegoteado. El techo, cada segundo, parece descender un poco más. Son las cinco y media de la tarde y su entorno se ve desesperado: los gestos de los pasajeros demuestran que todos querrían estar en otro lugar. Sin embargo, a ella se la nota plácida, sabe que sus tareas se detendrán durante los próximos minutos, o al menos se reducirán a poner atención en mantenerse de pie.
Llega el subte. Entra. Una vez dentro, hunde la mano en la cartera. Ahí está él. Lo saca como disculpándose por haberlo dejado toda la tarde olvidado y a oscuras. Abre sus páginas y el vagón se desvanece. La lectora se transporta bajo las calles de la ciudad, hacia un mundo de letras vivas que se mueven entre su mente y su piel.

También en:
Plume Magazine

21.11.10

La lectora en El Planeta Urbano

¡La lectora está en la edición de octubre de El Planeta Urbano!

Sobre la lectora, Gerry Garbulsky, el co-fundador de Oblogo, dijo:


Si como me pasó a mí, alguna vez...
* te tocaron bocina porque el semáforo ya estaba en verde y vos seguías con el libro sobre el volante
* trepaste bien alto a un árbol y te devoraste un libro mientras comías higos
* te pasaste de estación e inclusive te olvidaste adónde ibas porque te atrapó lo que estabas leyendo
* te acostaste para leer un rato antes de dormir y te das cuenta que ya está entrando el primer rayo de sol por la rendija de la persiana
Entonces La Lectora también habla de vos.

22.10.10

La lectora en El Planeta Urbano

¡La lectora está en la edición de septiembre de El Planeta Urbano!
Sobre la lectora, la escritora Alejandra Laurencich dijo:
La lectora en la ciudad es un maravilloso juego de espejos: al leer los post que narran y fotografían las aventuras de la lectora (deliciosos relatos construidos con humor y desparpajo, que funcionan como una apología de esa bendita ocupación que es la lectura) uno no puede menos que sentirse identificado con el personaje, y seguir sus pasos por la ciudad se vuelve una tentación. Somos nosotros entonces, los retratados en el blog.
Ver post original.

12.10.10

La lectora entre páginas

foto: Lali

Cada vez que daba vuelta la página aparecía otra, con un olor sospechoso a recién impresa; sin embargo -y tengamos en cuenta que ella no había hecho pausas en la lectura- hacía más de media hora que sólo le faltaban dos hojas para concluir el libro.

Los martes miento N 209 (revista virtual semanal)

28.9.10

La lectora de sí misma

foto: Lali
Escribe, si puedes, cosas que sean tan improbables como un sueño,
tan absurdas como la luna de miel de un saltamontes
y tan verdaderas como el sencillo corazón de un niño.
Ernest Hemingway
(1899-1961), escritor estadounidense.

Puede ocurrir que, después de haber visitado una amiga repostera, al llegar a casa den ganas de preparar una torta. O que tras haber pasado una tarde en el estudio de un artista plástico, la mirada se agudice y surja la necesidad de hacer, del entorno, un lugar estético para estar.
Aquella tarde, después de haber recorrido todos los rincones de un libro, a ella le ocurrió algo similar, como si hubiera pasado horas junto al autor. No aguantó esperar hasta volver a casa y comenzó a escribir, sin parar, en su libreta, y a ser la primera lectora de sí misma.

También en:
Los martes miento N 207 (revista virtual semanal)

1.7.10

¿La lectora en el parque?

foto: Lali
Dedicado al parque Vila Ema,
 que no se sabe si continuará existiendo.

La lectora está desorientada. Como si hubiera olvidado hacia dónde queda cada lugar en la ciudad. Camina por las calles céntricas tratando de reconocerlas, pero –aunque podría decirse que las conoce como la palma de su mano– hoy las nota más oscuras. Los autos pasan a su alrededor y cierta densidad en el aire trae el sonido de las bocinas con delay, lo que la confunde aún más. Le encantaría encontrar un parque, o aunque sea un jardín, donde poder sentarse hasta recuperar una especie de cordura que parece habérsele ido. Respira y el smog se le prende a las fosas nasales. Exhala y el smog se le desparrama por la ropa. Y no se topa con ningún jardín. A lo sumo algún arbolito solitario, de esos que tienen el tronco blanco por el veneno para las hormigas y las hojas de un gris sospechoso. Lo más vegetal que tiene a mano es el libro que trae en la cartera. Por eso lo abre y se hunde en él como si se tratara de una pileta. La sed de vida de a poco se calma. Va pasando las páginas y el entorno, antes asfixiante, se atenúa. Las bocinas se transforman en otros sonidos en un trinar de pájaros tal vez. Cree ver, por el rabillo del ojo que antes captaba una vereda seca, una hilera de árboles surgidos quién sabe de dónde. No se anima a despegar los ojos del libro, mantiene serias sospechas en relación al verde que parecería haber aparecido a su alrededor. Teme que si levanta la mirada de la página, vuelva a ver la ciudad en su peor versión. La lectora se mantiene firme, con las pupilas aferrándose a las páginas, y la piel intentando desarrollar ojos que le confirmen que sí, que está en un parque, que no derribaron los árboles, que se puede seguir respirando.
  
Mi amigo Fernando Salvio, de São Paulo, está luchando para que no desmantelen una de las escasas áreas verdes que quedan en su ciudad.
Ayudémoslo desde donde sea que estemos, entrando a su blog y firmando aquí.


29.6.10

La lectora indecisa

foto: Lali
Lee los buenos libros primero, 
lo más seguro es que no alcances a leerlos todos.
Henry David Thoreau (1817-1862), 
escritor estadounidense.

La lectora dispone de una hora libre. Una hora para encontrar un buen lugar donde sentarse a leer. Camina con esa firme intención, pero de pronto se detiene: la calle se divide en dos y no sabe por cuál seguir. Mira hacia una, mira hacia la otra. Ambas tienen linda luz y podrían contener sitios cómodos como los que a ella le gustan. Se detiene a esperar que algo extraordinario suceda en alguna de las dos calles y que así el destino decida por ella. Pero los minutos pasan y nada ocurre. 
La lectora se apoya en una señal de tránsito estratégicamente colocada justo donde las calles se bifurcan. Saca de su cartera dos libros. Los observa. No sabe cuál leer. Por suerte el autor de uno de los libros siente los ojos dudosos de la lectora y se propone cautivarla. No se sabe bien cómo hace, pero de pronto emana del libro un aroma a café recién molido. La lectora lo abre y el otro, que sólo huele a tinta y papel, queda relegado para más adelante.
En algún lugar, el autor sonríe y se prepara un café. 
También en:

10.5.10

La lectora en el colectivo


foto: Lali



La virtud paradójica de la lectura es abstraernos del mundo
para, en él, encontrar algún sentido.
Daniel Pennac
(1944), escritor francés.

Una hora en un vehículo que arranca y frena sucesivas veces, ametrallado por las bocinas y los insultos de los conductores, puede ser fuente de muchos malhumores. No para ella, que disfruta al dilatar esa hora en años.
Años que se condensan en poco tiempo son su especialidad. En su cartera hay un libro que, cerrado, apenas es más peso para su hombro, pero abierto se transforma en la fórmula ideal para extender la duración del tiempo, porque entre San Telmo y Palermo, la lectora recorre más de una década de historia. Podría decirse que multiplicó su vida.

También en:
Los martes miento N 189 (revista virtual semanal)


27.4.10

La lectora y sus cuerpos

foto: Lali

Busca fuera de los libros, dentro de ti.
(1944), escritor brasileño.

Ocurrió durante un momento de lectura. Se dio cuenta de que tenía varios cuerpos, todos conviviendo casi en el mismo espacio. Uno, el más obvio, el único palpable, era el físico denso. Por lo general, ese cuerpo adoptaba una posición parecida (sentada, con los brazos elevados y las manos sujetando un libro, las piernas hacia abajo, la cabeza levemente inclinada). Era el cuerpo que vería cualquiera que al pasar reparara en su presencia. Pero su persona no concluía allí. En un plano más sutil, otro cuerpo que también era ella, conformado por sus emociones, leía. Su cuerpo emocional se movía hacia todos lados impulsado por las palabras. Si un transeúnte hubiera podido ver ambos cuerpos a la vez, los hubiera encontrado superpuestos: mientras el físico permanecía inmóvil, el emocional bailaba al compás del texto asomándose desde el físico como un títere. Pero había más. En un plano aún más sutil, otro cuerpo se manifestaba: el mental, cuya materia prima son los pensamientos. El texto también hacía que sus pensamientos se movieran. Leía la palabra "noche" y miles de noches vividas acudían a acompañar la lectura. Los recuerdos orbitaban alrededor de la lectora.
Supo entonces que esos tres cuerpos no eran los únicos: otro más se hacía notar, pero no pudo descifrarlo. Asomaba eclipsado por detrás de los otros. Le resultaba indefinible con palabras como todo lo que es abstracto y que, si se lo explica, se desvanece. Así y todo, ese cuerpo hasta el momento desconocido fue el que más le gustó.
Esperemos que algún día la lectora descubra de qué se trata.

30.3.10

La lectora en el living

foto: Lali


Los libros son como los sueños:
nadie sabe de dónde vienen.
Paul Auster,
escritor estadounidense (1947)

Si bien en Buenos Aires siempre tiene disponible un café, un banco de plaza, una escalera de escalones grandes o un pedacito de césped, hay días en que ella -sin renegar de lo que la ciudad le ofrece- anhela un living, pero no el suyo: uno que se encuentre al aire libre y que resulte la intersección entre su casa y la calle.
La lectora cierra los ojos e imagina que a su alrededor todo se transforma. Con su mente reconstruye el entorno. No elimina la ciudad, sólo agrega una lámpara que brota del suelo como si fuera un árbol, y un sillón sobre el pasto al mejor estilo de las rocas.


Farola Big King. D. Fischman & J. Kayser (2009)
Sillón BKF2000. J B. Doberti & C. Rimoldi (2001)
Foto realizada durante la muestra "Animales urbanos" en el Museo de Arquitectura y diseño (MARQ).




2.3.10

La lectora y Oblogo


foto: Lali

El buen lector hace el buen libro.
Ralph Waldo Emerson
(1803-1822), poeta estadounidense.

Un día sale apurada de casa y se deja el libro que estaba leyendo sobre la mesita de luz. No se olvida las llaves. No se olvida la billetera. Pero sí el libro.
En la cartera no trae nada interesante. Encuentra una receta médica, la lee. Un papel arrugado con una dirección y un horario. Lo lee también. Prueba con los carteles de la calle, pero nada de eso la satisface. Y justo cuando está por entrar en una librería para dirigirse al estante de "libros que aún no tengo pero que algún día quiero leer", un chico se para frente a ella, decidido y sonriente, y le extiende una Oblogo.
La lectora da un suspiro de alivio, agradece con lágrimas en los ojos y busca un rinconcito en la ciudad (cualquier rincón es válido) para recostarse contra alguna pared con su Oblogo a leerla, y releerla, y luego regalarla.

También en:

28.12.09

Métodos de La lectora

foto: Lali






Leer un libro por primera vez es conocer un amigo;
leerlo por segunda vez es encontrar un viejo amigo.
Proverbio chino.
Escoger cualquier libro
por el que uno haya pasado ya
una, dos, varias veces. Abrirlo.
Sentir el olor de sus páginas
y reconocerlo como haría
cualquier mamífero
al reencontrase con un viejo amigo
sea o no de su especie.
Buscar la firma que uno mismo hizo
probablemente en la primera hoja
hace ya algunos años
y que estará metida en el papel
como una cicatriz
o un tatuaje.
Tocarla, sentir su relieve
y luego,
dar un paseo lento por las páginas.
Permitir que aquello
que en lecturas pasadas percibimos,
aflore. No hay que extrañarse si
una nota al margen
(hecha con la misma lapicera
con que, al inicio, trazamos nuestro nombre)
nos brinda alguna pista
sobre lo que pensábamos
años atrás al leer
el mismo ejemplar.
Sonreír si eso ocurre.
Pero entonces
en la esquina inferior de una página
una mancha de mate
verde y aguada como una laguna,
surge y despliega
-parece un origami que brota desde el libro-
una tarde en la plaza,
la lona sobre el césped,
la mano de mi amigo tropezando con el mate.
Y sí,
su perfume
ha quedado prendido en las letras de esa página.

También en:
Los martes miento N 185 (revista virtual semanal)



15.12.09

La lectora sacando el boleto

foto: Lali


El amor a la lectura permite que el hombre


cambie los momentos monótonos de la vida por momentos de placer.

Charles de Montesquieu
(1689-1755), filósofo francés.


Subir a un colectivo en la hora pico puede ser comparable a hacer malabarismos en una cuerda floja. Mientras emboca las moneditas en la máquina, el vehículo arranca y frena alternadamente. Pero nada es suficiente para que la lectora se desprenda de la página. Una a una caen las monedas en la máquina y una a una continúan pasando las palabras de sus ojos a su mente, o a dondequiera que vayan una vez que están en su interior.


También en:
Los martes miento N 180 (revista virtual semanal)

La lectora en el puente

foto: Lali


Siempre nos gusta salir un poco de nosotros mismos,


viajar, cuando leemos.

Marcel Proust
(1871-1922), escritor francés.


Un hueco se abre en su agenda, algún compromiso suspendido que le regala, de un momento a otro, un par de horas libres. Va hacia el río con la idea de sentarse en algún banquito al sol. Antes de llegar al banquito, se topa con un puente. Los puentes hacen que uno no se encuentre ni en tierra, ni en agua, ni en aire, al tiempo que está en todos esos lugares a la vez. Abre el libro mientras cruza el puente, y algo ocurre. El puente, que normalmente la llevaría hacia el otro lado, la conduce hacia las páginas que la despiertan como lectora.

También en:

La lectora en la escalera

foto: Lali


Bombón relleno


con diecisiete sílabas
llamado "haiku".

Definición anónima del haiku, poema tradicional japonés.


¿Cuánto tiempo cabe en una escalera mecánica? La escalera baja con pequeñas pulsaciones hacia el subterráneo. Ella se deja conducir por la línea diagonal y sistemática. Cada escalón en movimiento contiene un segundo y la lectora se apodera de esas fracciones de tiempo, las recoge entre sus manos y abre el libro.
En el lapso en que la escalera la lleva del molinete al andén, cabe un haiku. La lectora lo saborea como un bombón de chocolate con menta que te obsequian hacia el final de una tarde primaveral.


También en:
Los martes miento N 178 (revista virtual semanal)