imagen: Damián Flores
La lectora se sienta en el banco nuevo con un libro viejo. No le gusta llamar “viejo” a un libro que fue de su niñez, pero las hojas están amarillentas y sueltas, los bordes, alguna vez filosos como todo papel recién cortado, ahora son suaves y se deshacen. Unas pelusitas de libro le quedan en la mano. Mientras las mira y piensa si en esas pelusas se habrá ido alguna letra indispensable, tiene la impresión de que el banco se agranda ¿o es ella que se achica? Y no sólo eso: está ante la primera página y no entiende ni una palabra. Pero lo toma con naturalidad, como si aún no hubiera aprendido a leer. No sabe si esto es obra del banco (nuevo) o del libro (viejo); prefiere no perder tiempo en averiguaciones. Mejor aprovechar sus repentinas manos torpes y su indiferencia hacia las letras y meterse en estos cuentos con la mirada de años atrás.
Gracias a Koiko por el banquito
y a Lau Gambale por su espacio de trueque :-)