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11.4.17

La cocina del libro Se durmió y otros poemas

Me preguntaron de El almacén de libros cómo surgió Se durmió y otros poemas. Les comparto mi respuesta y acá la nota completa.



Se durmió y otros poemas (Bajo la Luna, 2015) está formado por tres libros independientes. Los uní porque para participar del premio del Fondo Nacional de las Artes hacía falta un mínimo de páginas. Ahora veo, con el libro ya listo, que me gusta cómo conviven estas series, aunque son tres mundos diferentes. 
Se durmió es la serie de diecisiete poemas que da inicio al libro. Era 2013 y hacía un año y medio que no dormía más de tres horas de corrido (tiempo máximo de sueño de mi hija). La frase que más debo haber dicho en ese tiempo fue “se durmió”: implicaba que yo podía dormir también, o ponerme a hacer otras cosas. Repetía esas dos palabras casi como un mantra, de ahí la necesidad de que todos los poemas empezaran igual. Dormir (o no dormir) se había vuelto una obsesión y nada mejor que una obsesión como impulso para escribir. Me acuerdo de que un día dormí cinco horas de corrido. Entonces, escribí el último poema de la serie. Ya no tenía sentido continuarla. 
Poemas frescos es del 2010 y está lleno de transportes públicos (subtes, colectivos, combis) porque vivía en Pilar y no manejaba (sigo sin manejar). Muchos poemas los escribí en cuadernos mientras iba de un lado a otro. En aquella época cursaba el segundo año de la carrera de escritura creativa en Casa de Letras y Damián Ríos me acababa de iniciar en la poesía de Fabián Casas. Eso influyó mucho en esta serie y fue un honor que, cuatro años después, el propio Casas formara parte del jurado en el Fondo Nacional de las Artes. 
Motas de polvo, también del 2010, es la serie más corta. O es un único poema en ocho capítulos. Creo que es corta porque le falta oxígeno. A mí me faltaba oxígeno mientras la escribía: estaba pasando un tiempo en la altura (entre cuatro mil y cinco mil metros, en Salta) y eso tiene sus consecuencias. Había mucho polvo y el polvo se coló en los poemas.
Cuando me llamaron para anunciarme el tercer premio (a mi celular, era un día de sol, estaba en Pilar y atendí de casualidad porque no suelo responder si el número es desconocido), lo primero que pensé es que sería muy feliz si Bajo la Luna lo recibía en su catálogo. Le mandé un mail a Miguel Balaguer y la respuesta llegó enseguida. Algo de eso él contó el día de la presentación, en la librería Runrún.

3.6.14

10 preguntas en El almacén de libros

(Esta breve charla apareció en el sector "10 preguntas" de El almacén de libros. Link a la entrada original, aquí).
¿Cómo empezaste tu carrera como escritora y cuándo?
Tengo manuscritos de cuentos y poemas (mediocres) desde la infancia, pero hacia los trece empecé a escribir más y, tal vez, un poquito mejor. Pero sólo escribía, sin mayores pretenciones, nunca pienso en escribir como una carrera sino como algo que viene conmigo sin más explicaciones. Tengo un amigo al que conocí por aquella época (primer año del Colegio), con el que intercambiábamos poemas y, luego, nos hacíamos crítica constructiva uno a otro. Fue la primera persona (más allá de mis padres) que me aportó con su opinión, no siempre benévola por suerte.
 ¿Te inspiró alguien en particular?
Tal vez la convivencia (que luego fue epistolar) con ese amigo del que te hablaba. Tal vez la biblioteca en lo de mis padres. La verdad que no lo tengo muy claro.
¿A qué hora del día te surgen más ideas?
Soy bastante desordenada en relación a los horarios. Pero ser desordenada con el uso del tiempo no me impide ser disciplinada: al contrario, mi disciplina se da bien con el caos. Así que a cualquier hora.
Pero para no dejar la respuesta tan amplia, te cuento que gran cantidad de mis cuentos nacen de los sueños. Por ejemplo una vez Hugo Correa Luna, que en aquel momento era mi profesor de escritura en Casa de Letras, nos dio una consigna que a mí me pareció bastante complicada. Le di vueltas todo el día. A la noche, mi sueño cumplió al pie de la letra los detalles de aquella consigna. Me levanté de madrugada y escribí, de un tirón, el cuento completo. Por supuesto que después tuve que pulirlo un montón, pero la estructura y todo lo esencial se mantuvo y es un cuento que aún hoy, años después, me gusta.
 ¿En qué lugar de tu casa te gusta escribir?
En la cama. En la cocina con el agua para el mate al fuego (efecto colateral: se me pasa el agua). En el cuarto de Sofi mientras juega. En la mecedora. En la cama. En la bañadera durante un baño de espuma, aunque se moje el papel. Frente al lavarropas mientras se hace el lavado. En el sofá frente a la chimenea cuando hace mucho frío. En la cama. En el puf. En la cama. (No tengo escritorio).
¿Cómo está ambientado tu lugar de trabajo? 
Mi lugar de trabajo a nivel espacio lo ambienta Sofi dependiendo de a qué está jugando en ese momento. Casi siempre tengo un mate al lado (yerba dulce, cáscara de naranja o limón, menta y un poco de yerba si queda espacio, jejeje).
 ¿Cómo surgió la idea de tu libro Todo lo que Roberta quiere?
Cuando me gusta un tema, por lo general me salen series y no textos sueltos. Empecé con La lectora en la ciudad a fines de 2008 y hasta ahora (2013) sigo haciendo periódicamente episodios cortos sobre esa chica que lee en todos lados. Me pasó lo mismo con otras series de cuentos o poemas. Con Roberta no fue la excepción. El primero de los cuentos es de enero del 2010 y lo escribí en la Patagonia. Durante ese y otros viajes a las montañas (Mendoza, Catamarca), fueron viniendo otro y otro más, era como si Roberta y su novio viajaran con Miguel y conmigo. Hasta que el 15 de abril del 2011 escribí el último de los once cuentos (que no es el último que aparece en el libro). Casualmente, también dejamos de ir a las montañas y, días después, quedé embarazada.
¿En qué te basaste para escribir los cuentos?
Los cuentos de Roberta ocurren en alguna cordillera. Es que en esos años nos la pasamos subiendo montañas, supongo que si en vez del trekking nos hubiéramos enganchado con el surf, Roberta y su novio hubieran tenido historias semejantes pero entre las olas.
Concretamente, cada cuento está inspirado en algún hecho real, o que me pasó directamente a mí o que me contaron. Es sorprendente la cantidad de historias que podrían clasificarse como fantásticas, que cuenta la gente en las montañas. Sobre todo de noche, en un refugio o en una carpa. Pero lo interesante es que no las cuentan como fantásticas, sino como reales.
¿Cuáles son tus autores preferidos?
Saramago. Borges. Kafka. Poe. Cortázar. Calvino. Tantos otros. No necesariamente en ese orden.
 ¿Qué autores recomendás leer a tus lectores?
Saramago. Borges. Kafka. Poe. Cortázar. Calvino. Tantos otros. No necesariamente en ese orden.
 ¿Qué libro famoso te hubiera gustado escribir?
No fantaseo con haber sido la autora de ningún libro que me haya enamorado. Lo que a mí me fascina es entablar una charla mental con el autor de ese libro, o con los personajes. Y sería aburridísimo si fuera un monólogo conmigo misma. Así que ninguno: soy feliz por ser la lectora.

8.10.13

La lectora sugiere, semana intensa de lectura en El almacén de libros

La lectora se pasó una semana “devorando” los libros de Claudia Piñeiro. Aunque a Betibú eso pueda sonarle raro (“¿qué quiere decir que alguien “devora” un libro? ¿Que lo mastica? ¿Que lo traga? ¿Que lo digiere y luego lo expulsa?”, pág. 60 de la novela del mismo nombre). Y hacia el final de la semana, le mandó un mensaje por facebook a Claudia, que respondió en el acto… A continuación, los resultados de esta semana piñeirística.





Lunes:


En Tuya, de Claudia Piñeiro (Alfaguara 2008), uno cree al inicio que el único narrador va a ser Inés, pero al avanzar la novela se agrega un narrador externo que nos habla por encima del hombro de Ernesto (el marido). Cuando el punto de vista es el de la hija adolescente, sólo hay diálogos sin narrador. ¿Tal vez porque la hija es el personaje más “limpio”? ¿El único que, a su manera, se salva? También aparecen fragmentos de fotocopias con anotaciones de Inés al margen y otros tipos de herramientas narrativas con las que la autora nos va develando este triángulo (cuarteto) pasional que se enreda cada vez más. Nos sorprende, no vamos a decir cómo, hacia el final.


Martes:


“La ficción nos permite mejorar o empeorar la realidad según nos convenga. Mejorar para tolerarla; empeorar para que tenga tensión dramática” dice Claudia Piñeiro en el epílogo de su novela autobiográfica Un comunista en calzoncillos (Alfaguara, 2013). Ese epílogo tan necesario después de leer la novela, ya que uno se queda pensando… ¿qué de todo esto es verdad?

Un libro con mucho paratexto: la segunda parte, Cajas chinas, está formada por todas las notas al pie de la primera parte (Mi padre y la bandera). Algunas notas son microrrelatos en sí mismas, otras son noticias de la época y otras, fotos personales de la autora, su familia, el ombú (iría hasta Burzaco sólo para conocer ese ombú).

Al inicio, la autora nos advierte que el libro puede ser leído con o sin las notas. Yo preferí hacer una primera lectura sin interrupciones, las dejé para el final. Ahora voy a releerlo intercalando novela y notas, al mejor estilo Rayuela.


Miércoles:


En El amor de mi vida, de Rosa Montero (Alfaguara, 2011), la autora menciona Elena sabe, de Claudia Piñeiro (Alfaguara, 2007). Y allá voy a buscar la novela, que, de todas formas, estaba en mi “lista de libros pendientes que todavía no tuve tiempo de leer”. Y hablando del tiempo: el tiempo, en esta novela, se cuenta por pastillas. La de la mañana, la del mediodía, la de la tarde. Las pastillas le devuelven una movilidad momentánea a Elena, que padece Parkinson. Entre pastilla y pastilla ella revive y luego se va apagando, como un muñeco que se quedó sin cuerda.

La historia completa transcurre en un único día, con intensos flashbacks. Hay un aire a Saramago en la voz del narrador, en la forma en que las voces se entremezclan. Y en la fuerza de los personajes femeninos, aunque ellas no se crean fuertes.


Jueves:


Hay novelas que se toman su tiempo para cautivar al lector. Ésta –y en general todas las de Claudia Piñeiro– hace que el lector quiera tener el día libre para quedarse entre las páginas. Cuando una novela tiene como protagonista a un escritor, el lector sabe de antemano que habrá guiños al arte de escribir. Y en este caso las columnas que ella, Nurit Iscar (o Betibú) va escribiendo, son parte de la historia. Los personajes y el lector esperan y leen esas columnas al mismo tiempo, y uno, que adora dejarse llevar, acaba sintiéndose también un personaje del libro.

La historia avanza siempre en sentido lineal, y el lector se va enterando de cada novedad sin demoras: sabemos que mientras un personaje toma café en un bar, hay otro que baja del auto y otro que llega al trabajo. Una vez más, esta forma omnisciente de narrar tiene un aire a Saramago (como una música de fondo). Tal vez sea esta visión global la que da a la novela algo de cinematográfico. Y, también, que hacia el final Nurit Iscar (Betibú para los amigos) en reflexiones consigo misma piensa primero cómo sería esta historia (su historia) si ella la estuviera escribiendo y, luego, cómo sería si alguien la llevara a la pantalla grande.

A abalanzarse sobre Betibú (Alfaguara, 2010) y leerla en estos días porque, en efecto, se viene la película y todos sabemos que antes de ir al cine es mejor haber leído la novela. Hasta ahora, sólo vi el trailer y lo primero que pensé fue ¿por qué no le pusieron rulos a Mercedes Morán?

link al trailer:



Viernes:


Y para cerrar, una consulta breve que la lectora le hizo a Claudia, vía facebook:



La lectora: Claudia, nos gustaría que nos contaras cómo elegís los libros que vas a leer. ¿Por recomendación, por casualidad, porque entraste a una librería y te pusiste a buscar al azar, porque leíste una reseña en algún medio?

Claudia: Por la “cofradía” de lectores afines que uno va armando a lo largo de la vida. Gente que sabés que lee parecido a vos, puede ser un amigo, pero en la mayoría de los casos son gente menos cercana con los que uno comparte el gusto por la lectura: un librero, un conocido, un amigo de twitter o Facebook, etc.

...

Esta semana fue publicada originalmente en: El almacén de libros.




3.9.13

La lectora sugiere en El almacén de los libros

Compartimos algunas sugerencias de la lectora, publicadas en El almacén de los libros entre mayo y agosto de este año, para quien busca qué leer:

Clases de literatura, Julio Cortázar. Alfaguara, 2013.
Un día cualquiera, Hebe Uhart. Alfaguara, 2013.
La hija de Marx, Clara Obligado. Editorial Galerna, 2013.
9, antología de cuentos de autores varios. Textos Intrusos, 2013.
Estrellas fijas en un cielo blanco, Óscar Hahn. Melón Editora, 2013.
José y Pilar, conversaciones inéditas, Miguel Gonçalves Mendes. Alfaguara, 2013.
Comentarios sobre las antologías.
Nadar desnudas, Carla Guelfenbein. Alfaguara, 2012.
Hablar solos, Andrés Neuman. Alfaguara, 2012.
Mala índole, Javier Marías. Alfaguara, 2013.
Una misma noche, Leopoldo Brizuela. Alfaguara, 2012.
Un comunista en calzoncillos, Claudia Piñeiro. Alfaguara, 2013.
La gran ventana de los sueños, Fogwill. Alfaguara, 2013.
El tango de la Guardia Vieja, Arturo Pérez-Reverte. Alfaguara, 2013.


28.5.13

La lectora en El almacén de libros

Hay un nuevo lugar para ver noticias y comentarios de libros, y la lectora está como colaboradora. Se llama El almacén de los libros, y aquí pueden leer nuestra primera reseña: una vez más, El tango de la Guardia Vieja.

...

Pero además Loli Ros Arayeta se dio un paseo por Catalinas Sur a través del poemario. Qué lindo que los lectores paseen por el barrio:

Un barrio, Catalinas Sur. Vecinos. Calles. Momentos. Olores. Ruidos y rumores. El nombre me remite a algún lugar que conozco pero que al mismo tiempo tengo desdibujado y es otro, distinto, diferente, con una entidad propia. Enseguida, a medida que voy caminando por los poemas, transitando sus versos, lo que creo conocer se va esfumando, y las palabras entrelazadas me llevan a otro lugar,  Catalinas Sur comienza a asomarse y empieza a tornarse familiar.
Creo que lo conozco pero ya dudo. Las situaciones, sus personajes, el aroma de la comida brasilera ya hecha, los chicos de la escuela, las sábanas revueltas, me hacen fluir y comienzo a caminar sus callecitas, me asomo a esos departamentos donde la vida se desarrolla entre cuatro paredes, donde los sueños de los vecinos se comunican de noche y de día los presentes parecen no estar conectados pero un hilo invisible va tejiendo una trama.
Todos los poemas me gustaron mucho. Pero uno en especial “Nombres”  quedó resonando en mi cabeza. Cuanta certeza hay en él. Las cosas están ahí, los objetos, las calles, los lugares, pero la carga de significado es tan subjetiva que por ejemplo una calle no es la misma para un vecino que para otro: para alguno será, como cuenta Anahí, la calle de casa, para otros la calle de los miércoles (por la feria), o para los enamorados, la vereda del primer beso.
Escritos con una prosa simple, los poemas de Anahí Flores nos trasladan a un lugar que puede existir como no. Y que, como bien dice la autora en su poema “Extranjeros” en algunos barrios “…hay calles que ni siquiera figuran en sus mapas oficiales…”, y así, se me vienen a la mente Las Ciudades Invisibles de Calvino.
El poemario cuenta con diecisiete poemas y esta editado por la Cooperativa Editorial Latinoamericana Eloisa Cartonera (editorial de La Boca que fabrica sus libros con tapas de cartón que los cartoneros  juntan de la calle). Algun son más breves que otros;  todos tienen algo en común: el barrio esta ahí, se huele, se siente, se vive, lo cotidiano esta presente. Su lectura trasforma a quien los lee en un vecino mas de Catalinas Sur y así uno, lector y vecino, pasa a formar parte de esa telaraña invisible en donde todos estamos entrelazados.