ilustración: Marcela Calderón
Los automóviles se ponen molestos con la lluvia. Salpican a quienes se atrevan a pasarles cerca. Los transeúntes, tal vez por no ser menos, también reaccionan como niños malcriados y blasfeman contra el clima, la ciudad y los vecinos. Las quejas se humedecen e impregnan la calle. Mientras tanto, ella aprovecha su techo portátil, despliega una atmósfera seca, y en un instante se encuentra en otro siglo, en una época en la que la lluvia inspiraba júbilo y festejos.
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