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7.10.14

La lectora y Telefónica




La lectora está de entrecasa y metida en algún libro, cuando un timbre la sobresalta. Es el teléfono. Una voz masculina y cordobesa quiere venderle una promoción de llamadas ilimitadas. La lectora casi no usa el teléfono fijo, podría desconectarlo. No lo hace y vuelve a su libro. Avanza un par de páginas. Otra vez el timbre la arranca de la lectura. Una mujer, tal vez tucumana, le pregunta si tiene TV por cable. Ante la negativa, se asombra e insiste en lo feliz que sería con este plan que ella viene a ofrecerle y que se debitaría de su tarjeta junto con la factura del teléfono. La lectora quisiera que no la interrumpan más y, durante diez páginas, nadie llama. Vuelve a sonar el teléfono. Una voz entrecortada, como si estuviera por detrás de una cortina de burbujas, le ofrece un nuevo servicio de internet. La instalación es gratis, aclara, y luego la voz se descuartiza hasta volverse silencio. A la lectora la invade la culpa. ¿Habrá sido ella misma quien, en el apuro por cortar, empujó al dueño de esa voz por el abismo de la línea telefónica? Con remordimiento, se sienta junto al aparato. Leerá mientras espera la próxima llamada.

5.8.14

La lectora y la gripe




Como gran parte de la ciudad, la lectora está engripada. Los ataques de tos imponen un ritmo propio en la lectura: no siempre coinciden con el final de un párrafo. Lo mejor de la gripe, piensa la lectora mientras se suena la nariz, es tener una buena razón para pasar el día en la cama o el puf, rodeada de libros, almohadones y pañuelitos de papel. Lo peor, sigue pensando, es que a medida que avanzan las páginas avanza, también, la temperatura en el termómetro.

29.4.14

La lectora y el banco




La lectora se sienta en el banco nuevo con un libro viejo. No le gusta llamar “viejo” a un libro que fue de su niñez, pero las hojas están amarillentas y sueltas, los bordes, alguna vez filosos como todo papel recién cortado, ahora son suaves y se deshacen. Unas pelusitas de libro le quedan en la mano. Mientras las mira y piensa si en esas pelusas se habrá ido alguna letra indispensable, tiene la impresión de que el banco se agranda ¿o es ella que se achica? Y no sólo eso: está ante la primera página y no entiende ni una palabra. Pero lo toma con naturalidad, como si aún no hubiera aprendido a leer. No sabe si esto es obra del banco (nuevo) o del libro (viejo); prefiere no perder tiempo en averiguaciones. Mejor aprovechar sus repentinas manos torpes y su indiferencia hacia las letras y meterse en estos cuentos con la mirada de años atrás.


Gracias a Koiko por el banquito 
y a Lau Gambale por su espacio de trueque :-)

25.3.14

31.12.13

La lectora a fin de año


foto: auto-foto


La lectora nunca imaginó que fuera a decir esto, pero es posible que prefiera leer menos libros. El cambio no estaría en el tiempo invertido: quien la vea va a decir “pero si esta chica sigue leyendo tanto como antes”. Lo que piensa la lectora es en tener menos cantidad de libros a su alcance y releerlos tantas veces como le den ganas. Porque se dio cuenta de que mañana empieza un nuevo año y ya no recuerda qué leyó en 2013, en cuál libro estaba aquel personaje que hoy extraña, dónde transcurría cada novela, si esos cuentos que le habían dejado olor a jazmines en las manos eran de este o de aquel autor. Los libros se funden en su memoria, y también en la biblioteca, donde es un milagro que aún entren.

5.11.13

24.8.13

La lectora saluda a los lectores en su día

La lectora y la pequeña lectora saludan a todos los lectores en su día :-)


13.11.12

La lectora Vale con las lectorcitas y la lectora sugiere




...

La lectora sugiere, en la revista digital CatamarcaPress:
Como todos los meses, tratamos de sugerir libros nada parecidos entre sí, para días distintos o lectores diferentes, porque cambiamos como lectores dependiendo del día o la hora. Hoy tenemos un cuento de invierno, la novela que acaba de ganar el premio Alfaguara de novela, un libro cartonero y un diario de viaje a Brasil. Que tengan buena lectura.

Seguir leyendo aquí.

9.10.12

La lectora y el libro Frankestein



foto: Miguel Sampedro

Le preguntan a la lectora cuál es su libro preferido. No tiene idea de qué responder. Piensa en un cuento de un libro. En unas líneas de otro. Recuerda un poema con el que concluye otro libro. Un párrafo que subrayó en alguna novela. Arma un libro de a fragmentos, una antología tan personal como un diario. Un libro en permanente construcción, abierto a cambios cada vez que ella descubra un nuevo texto que la enamore.

1.10.12

La lectora en el día mundial del vegetarianismo

La lectora saluda a todos los lectores vegetarianos, en su día :-)




19.6.12

La lectora ahora




La lectora en estos tiempos tomó la costumbre de ir contando en voz alta todo lo que hace. “Ahora vamos a poner agua para el mate”, “Ahora nos vamos a bañar”, “Ese timbre es la puerta: están llegando visitas”, “Ahora te voy a dar de comer”, “Y, ahora, nos vamos a dormir”. Tanto es así que, más que lectora, ahora es una voz narrativa, y es la beba quien la lee día y noche.

22.5.12

La lectora y el verbo “leer”


Dicen que en la Grecia Clásica, no se usaba sólo el verbo “leer” para situaciones de lectura. El verbo era uno si se leía con fatiga, y otro si se leía con agilidad. No era el mismo si se leía en voz alta o en forma silenciosa. Había, dicen, otro verbo para cuando se leía un texto por segunda, tercera o cuarta vez. La lectora se pregunta: ¿qué verbo se usaría para la situación de leer entrecortado aunque, al mismo tiempo, con continuidad, alternando la lectura con el hecho de tener un bebé en brazos que no para de moverse?

24.4.12

La lectora en primera persona




Cuando escribo pueden ocurrirme dos cosas con respecto a mi entorno: que esté tan abstraída que no me importe para nada, o que me resulte fundamental. Es fundamental cuando se cuela en el texto. Por ejemplo, si anda dando vueltas un insecto, tal vez las palabras reaccionen zumbando. Y no habría mencionado el insecto si no hubiera, en este instante, un mosquito revoloteando por aquí. Lo que escribo queda distinto si lo hago en una plaza, en un café, en mi cama.

Últimamente escribo en la mecedora y con un bebé en brazos. No queda claro si mezo al bebé o al texto. Creo que a los dos, aunque quién te dice no sean ellos quienes me mecen a mí para que me duerma de una vez y los deje tranquilos.

29.11.11

La lectora prepara

foto: Miguel Sampedro


Muéstreme una familia de lectores 
y le mostraré el pueblo que manejará el mundo.
Napoleón Bonaparte 
(1769-1821), emperador francés.
A la lectora le regalaron un cajoncito forrado en tela. En un cajón pueden guardarse muchas cosas, pero la lectora sabe que lo mejor es transformarlo en un estante móvil de la biblioteca. Algo así como una bandeja para servir libros. Piensa en qué libros podría guardar allí, pero va descartando todos: no combinan con las flores lilas y anaranjadas ni con el fondo celeste. Hasta que se acuerda del estante de literatura infantil. Entonces, busca los libros de ese estante, los muda al cajoncito y los deja junto a la cuna para que, cuando ella llegue, sepa dónde guardar sus primeros libros.

Gracias a Caro, de La merienda, por el lindísimo cajón.


27.9.11

La lectora y sus gustos II

Cuando necesito leer un libro, lo escribo. 

Benjamín Disraeli (1804-1881), ensayista británico. 

A la lectora le encanta: despertarse sin apuro y tener los sueños tan vívidos como si fueran cuentos fantásticos que acabara de leer, quedarse en piyama y cubrirse con su bata, sentarse en la mecedora frente a la ventana, ver los autos pasando allá abajo, escuchar la campana del reloj de la torre pero no prestar atención a qué hora es, agarrar el cuaderno antes que los sueños se esfumen, anotarlos sin pensar ni preocuparse por el estilo, la sintaxis o las faltas de ortografía.

Este post es la continuación de La lectora y sus gustos I


Muchas gracias a Ratón de Biblioteca, por los lindísimos cuadernos que le trajo a la lectora.

16.9.11

La lectora y las uñas (por Paola Bianchi)


Hoy tenemos a Pao Bianchi en el ciclo de textos escritos durante la charla-taller en Casa de letras. Y, de paso, los invitamos a darse una vuelta por el blog de Casa de letras (aquí) recién inaugurado. Como todo blog nuevo, éste también está ávido de seguidores y comentarios.


Ella toma el libro con especial delicadeza. Como si estuviese caliente, recién salido del horno.
Pero el libro está frío, helado en realidad. Bajo un viejo ventilador, leyendo espera que sus uñas recién pintadas terminen de secarse.
Solo diez minutos necesita para que sus manos estén listas y para pasar al próximo capitulo.
Un capítulo sin viento.

(Otros textos escritos durante la misma charla-taller, ya publicados: el de Érica, el de Diana, el de Eric, el de Rodrigo y el de Gabi. Y para el próximo, hay que esperar al viernes que viene).

5.9.11

La lectora recuerda un libro

foto: Miguel Sampedro



El tiempo pasa, los libros envejecen rápido, ocupan un montón de espacio, 
se llenan de tierra y de ácaros, nos arrancan blasfemias cuando no los encontramos en seguida
 y estornudos cuando queremos quitarles el polvo soplándolos.
Juan Martini (1944), escritor argentino.

Mientras ordena la biblioteca, le viene un libro a la memoria. No el libro, en realidad, sino la sensación que le dejó al leerlo hace años. Y entonces se da cuenta de que guarda de ese (y de cualquier) libro dos versiones: la vivencia del momento en que lo leyó, y el recuerdo de ahora, con muchos fragmentos desdibujados y otros -los que eligió su memoria- más nítidos. 
La lectora lo busca en los estantes con la intención de hojearlo, tal vez releerlo y, así, construir una tercera versión.