Leer un libro por primera vez es conocer un amigo;
leerlo por segunda vez es encontrar un viejo amigo.
Proverbio chino.
Escoger cualquier libro
por el que uno haya pasado ya
una, dos, varias veces. Abrirlo.
Sentir el olor de sus páginas
y reconocerlo como haría
cualquier mamífero
al reencontrase con un viejo amigo
sea o no de su especie.
Buscar la firma que uno mismo hizo
probablemente en la primera hoja
hace ya algunos años
y que estará metida en el papel
como una cicatriz
o un tatuaje.
Tocarla, sentir su relieve
y luego,
dar un paseo lento por las páginas.
Permitir que aquello
que en lecturas pasadas percibimos,
aflore. No hay que extrañarse si
una nota al margen
(hecha con la misma lapicera
con que, al inicio, trazamos nuestro nombre)
nos brinda alguna pista
sobre lo que pensábamos
años atrás al leer
el mismo ejemplar.
Sonreír si eso ocurre.
Pero entonces
en la esquina inferior de una página
una mancha de mate
verde y aguada como una laguna,
surge y despliega
-parece un origami que brota desde el libro-
una tarde en la plaza,
la lona sobre el césped,
la mano de mi amigo tropezando con el mate.
Y sí,
su perfume
ha quedado prendido en las letras de esa página.
Los martes miento N 185 (revista virtual semanal)