29.3.11

La lectora por el aire (cuento breve con aire infantil)

ilustración: Carolina Loguzzo

Cierta vez, la lectora encontró un libro abierto y se quedó tanto tiempo leyéndolo  que se olvidó de que los libros, una vez leídos, hay que cerrarlos y guardarlos. Y como no recordó este detalle, se quedó a vivir entre las páginas. Nada más lógico, en realidad, para una lectora. Ahora nunca precisaría parar de leer.
Pasó el tiempo y otros lectores se aproximaron al mismo ejemplar. Algo debía tener ese libro, ellos también se fueron quedando metidos en los cuentos. Por suerte había espacio para todos, era un libro de más de cien páginas.
Pero un día, cuando ya habían recorrido cada historia una y mil veces, los lectores, reunidos en consejo, decidieron cambiar de aires. Y enseguida lo hicieron: inspiraron profundo, emergieron a la superficie del papel y, empujando con fuerza, consiguieron abrir el libro. Entonces, tomándose de los pies para no perderse, se deslizaron por el aire hacia otro libro igual de abierto.

Caro ya dibujó para la lectora en La lectora en el mar y en un haiku.

22.3.11

Corre, lectora, corre

Tomé un curso de lectura rápida y fui capaz de leerme “La guerra y la paz” en veinte minutos.
Creo que decía algo de Rusia. 
Woody Allen
(1935), director, guionista, escritor estadounidense.

Ciertas historias van muy rápido. Tanto, que hay que acelerar la lectura para no perderles el hilo. En esos casos, la lectora se pone las zapatillas y corre detrás del libro, no sea cosa que se le escapen las palabras.

15.3.11

La lectora y sus paranormalidades

Llegó hasta nosotros una confesión muy interesante... que queremos compartir con los lectores de este blog. 
La lectora y sus paranormalidades

No sé cómo, pero se dio cuenta de que me encanta que me regalen ropa. Debe haberlo leído por ahí. Porque la lectora no solamente lee libros. A ella le resulta extremadamente estimulante leer cualquier cosa, no importa si es un objeto inanimado, una persona que todavía no conoce, un paisaje que cree recordar, una situación ridícula, el viento que entra por la ventana de su casa, una canción que escuchó por única vez cuando tenía seis años y que nunca pudo olvidar ni recordar, un perro que cruza la calle, en fin, lo que sea.
La lectora lee con los cinco sentidos que todos conocemos y desarrollamos (o creemos conocer y desarrollar), y también con otros más sutiles, que le permiten conocer el mundo que la rodea tan profundamente que casi le resulta imposible comunicar eso que descubre. Quizá podamos catalogar esta capacidad de lectura profunda como una paranormalidad, pero esto es algo completamente natural, pues la lectora se entrena en estas artes con gran dedicación todos los días de su vida.
El caso es que la lectora sacó de su placard una remera que había comprado hace cuatro años para regalarle a (esta parte del relato ha sido intencionalmente omitida para resguardar la privacidad de la lectora aunque, lamentablemente para los lectores, es la parte más divertida del relato) y en su lugar me la ofreció a mí. Yo acepté gustoso.
Esta vez tuve suerte, aunque me intriga saber qué más habrá leído en mí la lectora.

10.3.11

La lectora en el escritor errante

Gracias a la gente de la revista digital El escritor errante, por habernos recomendado como web amiga.

8.3.11

La lectora en el mar y en un haiku

dibujo: Carolina Loguzzo
Lee las olas
como si fueran páginas
desde la orilla.


Otro haiku de la lectora, aquí.
También, aquí.

1.3.11

La lectora cajera

No son pocos los lectores de este blog que nos dicen que descubrieron lectoras dando vueltas por la ciudad. Y, justo hoy, recibimos un email de parte de Ramiro y Sonia Faigenbaum, en el que nos relatan su encuentro con una lectora. 
Lectoras hay muchas. Muchísimas. Conozcamos a:

La lectora cajera
(texto: Ramiro y Sonia Faigenbaun)
Hola Anahí, ¿cómo estás?
Te quería contar que hoy me acordé de vos: fui al supermercado con mi hijo y mientras esperábamos a que la cajera terminara de cobrarle a "los de adelante", mi niño me dice ¿la cajera está leyendo?
Y sí. Tenía razón.

Mientras esperaba que el ticket terminara de salir, la cajera abrió el cajón donde tiene las monedas y dejó entrever un libro gordo con muchísimas letras. Leyó 15 o 20 segundos y ni bien terminó de salir el ticket siguió con su trabajo.
Cuando fue mi turno, no aguanté y le pregunté qué leía, previo reconfirmar que sí estaba leyendo.
Y me contó que estudia abogacía y que la semana que viene empiezan las clases. Y que le sirve ir repasando algunas partes del código o de no sé qué leyes antes de empezar con la cursada.
Mi pregunta curiosa y metida fue: ¿y podés concentrarte? ¿te sirve de algo? (Pregunta tonta. Era obvio que ella creía que sí y por eso leía).
Me quedé con las ganas de sacarle una foto. No quise que ella se sintiera incómoda.  
Pero te mando esta historia porque me encantó para que la transformes en un texto hermoso en tu blog. 
Si algún día estás por Paraguay y Armenia, date una vuelta por las cajas del supermercado Disco a ver si te la encontrás a "la lectora en el supermercado".
¡Besos!
Sonia

Sonia ya estuvo en por aquí con La lectora del insomnio.

22.2.11

La lectora en el semáforo

Junto con los libros debiera venderse el tiempo suficiente para leerlos.
Schopenhauer
(1788-1860), filósofo alemán.

Tuvo que bajar del colectivo antes de terminar el capítulo, la parada había llegado unas oraciones antes del punto final. Caminó con el libro en la mano, se resistía a guardarlo así, inconcluso. Marcaba, con un dedo entre las páginas, el lugar exacto donde se había interrumpido. Las páginas le apretaban el dedo como una mano infantil que tironea reclamando atención. 
Cuando el semáforo se puso en rojo, el libro -como por voluntad propia- se abrió. Aquellos segundos eran todo lo que le faltaba para llegar al final del capítulo. Y al dar la luz verde, la lectora ya estaba lista para cruzar la avenida.

15.2.11

Limerick de la lectora (o limerick aéreo)

En un avión viajaba la lectora
-el vuelo había salido con demora-.
Leía la ciudad
desde la oscuridad
del cielo, que es negrísimo a altas horas.



2.2.11

La lectora atrapada

… No levantó más la cabeza, por el contrario, parecía que se iba hundiendo ante cada palabra, que no podría regresar a la superficie con su misma cara...
José Saramago
(1922-2010), escritor portugués.
  
Las palabras se juntaron en una combinación tal que quedó demostrado, una vez más, aquello de que el orden de los factores altera el producto. Tal vez en otro orden resultarían inocuas o se olvidarían en poco tiempo: así organizadas, agarran de las pestañas al audaz lector que pose sobre ellas su mirada.
De los ojos de la lectora brotan raíces que se plantan en la página para alimentarse de letras. Qué hacer ahora. Desprenderse del texto sería como un ayuno largo e insalubre y ella es quien mejor lo sabe. No importa cuánto la ciudad continúe mostrándole las mil opciones que tiene a su alrededor. Por el momento y hasta llegar a la última página del libro ella dispondrá de una única opción.

10.1.11

La lectora en enero

Durante enero, la lectora estará por aquí. Así que ya saben, si quieren saber de ella, pasen por Oblogo o por Plaza de mulas. ¡Hasta la vuelta!