22.2.11

La lectora en el semáforo

Junto con los libros debiera venderse el tiempo suficiente para leerlos.
Schopenhauer
(1788-1860), filósofo alemán.

Tuvo que bajar del colectivo antes de terminar el capítulo, la parada había llegado unas oraciones antes del punto final. Caminó con el libro en la mano, se resistía a guardarlo así, inconcluso. Marcaba, con un dedo entre las páginas, el lugar exacto donde se había interrumpido. Las páginas le apretaban el dedo como una mano infantil que tironea reclamando atención. 
Cuando el semáforo se puso en rojo, el libro -como por voluntad propia- se abrió. Aquellos segundos eran todo lo que le faltaba para llegar al final del capítulo. Y al dar la luz verde, la lectora ya estaba lista para cruzar la avenida.

15.2.11

Limerick de la lectora (o limerick aéreo)

En un avión viajaba la lectora
-el vuelo había salido con demora-.
Leía la ciudad
desde la oscuridad
del cielo, que es negrísimo a altas horas.



2.2.11

La lectora atrapada

… No levantó más la cabeza, por el contrario, parecía que se iba hundiendo ante cada palabra, que no podría regresar a la superficie con su misma cara...
José Saramago
(1922-2010), escritor portugués.
  
Las palabras se juntaron en una combinación tal que quedó demostrado, una vez más, aquello de que el orden de los factores altera el producto. Tal vez en otro orden resultarían inocuas o se olvidarían en poco tiempo: así organizadas, agarran de las pestañas al audaz lector que pose sobre ellas su mirada.
De los ojos de la lectora brotan raíces que se plantan en la página para alimentarse de letras. Qué hacer ahora. Desprenderse del texto sería como un ayuno largo e insalubre y ella es quien mejor lo sabe. No importa cuánto la ciudad continúe mostrándole las mil opciones que tiene a su alrededor. Por el momento y hasta llegar a la última página del libro ella dispondrá de una única opción.