La lectora está en la ciudad. Mientras camina, disfruta de todas las maravillas del microcentro: edificios del siglo pasado junto a construcciones modernas; transeúntes tal vez más elegantes por ser invierno; bares antiguos donde basta con asomarse para que el propio aroma del café te arrastre hacia su interior, te induzca a sentarte en una mesa (si es junto a la ventana mejor) y allí te mantenga por horas, como hipnotizado mirando a la gente que pasa; peatonales con faroles que se encienden ni bien atardece; noches frías para usar tapados y bufandas y sentirse, por un rato, como en una película en blanco y negro o en una foto sepia.
Sin embargo, una parte de la lectora anhela distanciarse de todo eso por una tarde. Consciente de que el solo hecho de leer funciona como llave hacia la teletransportación, visualiza cuántas lectoras habrá, en ese mismo instante, en otros paisajes, leyendo en idiomas diferentes. Selecciona, de entre todas, las que están en clima cálido aunque no consigue contarlas de tantas que son. Miles de lectoras (tal vez más) hundidas en sus libros en simultáneo. Entonces, elige una (hay algo familiar que hace que se decida por ésta y no por cualquier otra) y se concentra en ella. Adopta una posición igual a la de la otra lectora. Toma el libro de forma idéntica, respira en un mismo ritmo. Sabe que cada detalle es clave para lograr su objetivo. Le imita hasta el gesto. Y la lectora, un segundo después, siente el pasaje del frío al calor pero no precisa sacarse ni el tapado, ni la bufanda, ni los guantes que traía. Funcionó. Ahora está en el cuerpo (e incluso con la ropa) de esa otra lectora hasta hace un rato desconocida, quien a su vez se encuentra en el cuerpo de nuestra lectora. Es posible que esa chica se pregunte cómo un segundo atrás estaba en Rio y ahora, en Buenos Aires. Cómo antes se encontraba junto a una pileta y ahora viste tapado, guantes, botas. Cómo el pelo (llega a verse el pelo, que con el viento revolotea alrededor de su cabeza) cambió los rulos negros por el lacio castaño.
Pero no nos alarmemos. Enseguida va a encontrar las respuestas. En principio, para tranquilidad de ambas, avisamos que sólo es un intercambio temporario y, cuando la lectora que vino del trópico busque en la cartera de nuestra lectora (que ahora cuelga de su hombro), encontrará un mapa de la ciudad y algún libro en español.
Y quien esté leyendo este texto, siéntase en total libertad para elegir en qué rincón del mundo sentarse a leer. Hay tantas opciones.
foto: del archivo personal de Melina Flores