Dice Farías:
¿A quién no le pasó que, ante una situación extraña, se sintió tan fuera de lugar que el mundo le pareció un lugar desconocido? Esa es la impresión que prevalece tras la lectura de Criaturas (Alto Pogo, 2018) de Anahí Flores. Ya desde la misma contratapa, Yair Magrino nos advierte que estos cuentos construyen un sutil destierro que incomoda y tensiona. Mediante un lenguaje directo y cuidado, cada historia está diseñada para que el lector se vaya deslizando hacia terrenos pantanosos, mientras se insinúa que bajo la superficie existen engranajes insólitos, a veces terribles, en su mayoría estremecedores. En muchos de los relatos, los personajes deben enfrentar una realidad en permanente evanescencia. El comienzo de “Marea alta” sirve como muestra: “Rita despierta con la voz de su hija balbuceando desde el cuarto de al lado. Dejá que yo voy, le dice a Fabiano que, ella cree, levantó la cabeza en la oscuridad. Al salir de la cama se engancha en el mosquitero. Oye las olas a pocos metros de la cabaña, recuerda que no están en casa. Camina con los brazos hacia delante, tanteando la humedad marina en el aire. Hay un mosquito cerca, manotea para espantarlo y tropieza con una silla que choca contra la pared”. El desconcierto se multiplica a través del horror cósmico en “Anfibias”, el delirio a lo Terry Gilliam en “Paredes altas y blancas”, la comedia negra en “La constelación”, con figuraciones asombrosas en “Espejismo” y hasta terror parpadeante a lo Henry James en “Aniversario”, entre otras formas sombrías. Aun cuando las respuestas no siempre están completas, estas criaturas van dejando huellas de lo anómalo y nos invitan a saborear esa inigualable sensación de sentirnos extranjeros de lo cotidiano.
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