Tres de los autores de Bailarinas (Desde la gente, 2018) nos cuentan cómo fue escribir para este proyecto.
El libro se presenta el miércoles 3 de octubre a las 19 hs en el Centro Cultural de la Cooperación, Sala Pugliese. Avenida Corrientes 1543.
Alejandra Kamiya |
Creo que los temas son excusas. Que toda escritura es en el fondo autobiográfica. Que los temas son, como los restos diurnos a los sueños, el material que moldearemos para decir algo que como sea, vamos a decir.
Maumy González |
No me gusta escribir bajo consigna. Por lo general, me sugieren un tema y se me traba la creatividad. Sin embargo, cuando Anahí Flores me pidió un texto para Bailarinas le dije que sí. Mientras charlábamos -mate de por medio- le había estado contando que una de mis hermanas, de niña, había tomado clases de ballet. Me tocó llevarla a la evaluación inicial. La recordaba con malla, medias cancán y un moño tirante. Mamá había tenido que estirarlo bien para que no se le salieran los rulos. Pasé horas sentada en el banco del pasillo principal de la escuela, mirando pasar niña tras niña al salón. Los acompañantes debíamos esperarlas hasta que salieran. Pasaron horas, o por lo menos ese es el recuerdo que tengo: la espera. ¿Por qué no escribís sobre eso?, me preguntó Anahí y yo acepté la sugerencia. Pero como suele pasarme algunas veces, el germen que creía ideal para sacar un buen cuento no me convenció. Me parecía flojo, poco particular, o quizás poco cercano a los temas sobre los que me gusta trabajar. Por más que intenté, el cuento no pasó de unos cuantos inicios irresolutos. Le seguí dando vueltas, hasta que surgió una imagen: zapatillas en movimiento. Pienso en ballet y las zapatillas son la primera cosa que se me viene a la cabeza. Imaginé una bailarina con muchas zapatillas, de distintos colores, su accesorio fetiche. El personaje era una muchacha bailando sola en una habitación cerrada, en streaming. Como no conocía ningún movimiento de ballet me tocó investigar. A medida que lo hacía, me comencé a fascinar con esos cuerpos de espiga, el trabajo que realizan para lograr gracia y elasticidad, su estética, la disciplina. Me inventé muchas cosas, claro. Algunas tuve que ajustarlas, gracias al buen ojo de Anahí. La verdad ha sido un trabajo fascinante y, sobre todo, lúdico. Es lindo descubrir nuevos procesos, trabajar con otros temas. Así, surgió Libélula. Espero que los lectores lo disfruten.
Sebastián Grimberg |
Mi experiencia con el ballet se limita al recuerdo de la imagen de Jorge Donn, en un cassete del Bolero de Ravel que tenía mi viejo, a la película Billy Elliot y al capítulo de Los Simpsons que lo emula. Sin embargo, dejando de lado eso de que el escritor tiene que conocer a fondo el tema del que escribe, cuando Anahí Flores me invitó a ser parte de la antología no lo dudé. Dije que sí, después me puse a pensar qué podría escribir. En general los cuentos me llegan como ideas cerradas, completos, no suelo ponerme a pensar qué escribir. La propuesta fue entonces un desafío, sobre todo por tratarse de un mundo totalmente ajeno para mí. Durante esa búsqueda de material para el cuento, incluso pensé en ir a ver algún espectáculo de ballet. Ahí estuvo la solución (en el pensamiento), porque de inmediato recordé el comentario que hizo el padre de un amigo al volver del Colón, luego de presenciar, a su pesar, una función de ballet. Sobre ese recuerdo, el cuento no tardó en armarse.