Le mandé un mensaje a Jorge Aulicino para pedirle que escribiera la contratapa de mi próximo libro de poesía, y me respondió que él no creía en las contratapas. Me encantó eso, ya que muchas veces me molestan las flores que un autor le tira a otro en contratapas, reseñas, entrevistas, etc. Pero después me dijo que igual quería leer el libro, y le mandé el PDF por mail. Qué felicidad cuando, a los pocos días, dijo que sí, que la escribiría.
Al final, la contratapa terminó siendo la mejor parte del libro.
Se las comparto, aquí abajo.
Como si trataran de atrapar una sincronicidad jungueana, estos poemas obran a veces como estampas móviles, en tres dimensiones y a veces en cuatro. Se trata de una recreación de detalles que puede evocar para el lector lo que afirmaba Carl Jung respecto del momento sincrónico: absolutamente todo lo que sucede en un instante tiene la índole peculiar de ese instante. De aquí, en dos brazadas estamos en el satori o epifanía, según uno sea budista o cristiano o crea en una realidad que, según nos paramos a mirarla, se hace más cierta y más extraña. Las cosas, los acontecimientos que viven personas desconocidas, el paisaje: nada está quieto y a la vez cada detalle forma parte de la misma unidad cambiante: la hora que marca el reloj, los números, los pasos, las luces, las ventanas de un bar, las caídas, las palomas, los olores, el aire del subte o de las calles. El registro de Ciertas horas de la primavera juega a que se produzca, al mirar de nuevo la imagen que fijó una cámara, la aparición de pormenores que no tuvimos en cuenta, siluetas, objetos, sombras o reflejos que nos hablan de que este mundo no es uno y unívoco. Hay otros en él.
Jorge Aulicino
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Con Jorge Aulicino en la Quinta Trabucco, él está muy bien en la foto (como verán), yo, en cambio, parece que no dejaba de hablar. |