Si a la lectora le prestan un libro y ese libro no le gusta, la situación es fácil. En cambio si a medida que avanza en las páginas se siente en casa, deseará marcar su territorio de lectora con birome, lapicera o cualquier cosa que no pueda borrarse (los lápices no tienen el mismo efecto), subrayando frases, párrafos, páginas enteras. No poder hacerlo la impacienta, la lleva a planear la compra del libro ni bien baje del tren o a apropiarse de ese mismo ejemplar.
Leer un libro ajeno, cuando la atrapa, es como ir a un almuerzo con ropa prestada y blanca y sentirse todo el tiempo a punto de derramarse el tuco de los tallarines.