dibujo: Valeria Migoya
Es un buen libro aquel que se abre con expectación y se cierra con provecho.
Louisa May Alcott
(1832-1888), escritora estadounidense.
Cuando se está llegando a las últimas páginas de un libro, se sabe lo inevitable: que el final se acerca y que se producirá en cualquier momento. Entonces el lector puede elegir entre dos actitudes:
1) dosificar el tiempo, leer en cámara lenta, demorarse al dar vuelta cada página como si estuviera por girar en una esquina pero antes pretendiera visualizar -con detalles- cómo serán la arquitectura y los habitantes de la cuadra que le espera;
2) o hacer como la lectora, a quien no le gusta dosificar el recorrido por las últimas páginas. Prefiere lanzarse a ellas como a un precipicio o, pensándolo mejor, como a una pileta desde un trampolín no muy alto.
La lectora las recorre haciendo de cuenta que se trata de otras hojas, hojas jóvenes del medio de un libro, que aún no se preocupan por la existencia del final. Y es por eso que al llegar a la última página, al último párrafo, a la última oración, palabra, letra, siente una ceguera repentina y satisfecha: el libro no le da más palabras y ella tampoco desea buscar otras. Se detiene en el silencio de sus ojos, se acurruca tras el punto final y repasa, en una milésima de segundo o en una hora -el tiempo fuera del libro es un tiempo relativo- la historia que acaba de recorrer y que bien podría, si volviera todas las páginas, recomenzar una y otra vez.
5 comentarios:
mmm que tentador! voy a probar una nueva manera de leer el final..!
los escritos vuelan: ¡después contános cómo te fue!
Hay tantas variables que influyen en la conclusión de la lectura de un libro que se me antojan infinitas. Desde el estado de ánimo, el género, lo apasionante del relato, la ansiedad por conocer el resultado que se avecina, la fuerza de un texto que te lleva y te obliga, o la fluidez que te lleva despacio pero a buen rumbo; la expectativa por ser sorprendido, el tratar de dilatar una lectura apreciada, las ganas de agarrar el próximo libro que está en la fila de espera, la situación física que te toca (he sido atrapado en escaleras, caminando por las calles, en ascensores y otros lugares inaúditos) en fin, hay demasiadas...
Pero lo que nunca cambia, lea lo que lea. Sea una novela, una biografía, cuentos o poesía. Sea un ensayo, un texto académico, y porque no, también cuando miro alguna peli, escucho música, contemplo alguna obra de arte o un paisaje (porque son otras formas de "leer"), lo que nunca cambia, es que justamente yo, después de mi lectura, yo soy el que cambia.
Entonces yo ya soy un poco diferente y por más difícil, impercetible, por más ínfimo que parezca; yo, yo ya no soy el mismo.
Un buen final es como un sueño fuerte: te quedás paladeándolo mucho tiempo después, ese mismo día, y no querés empezar otro libro para no perder ese gustito, ese "final de boca". Algunos de mis finales preferidos: "Las Alas de la Paloma", "Cien Años de Soledad", "La Historia del Amor", "Buenos Días, Tristeza"...
Diego querido, completamente de acuerdo. De hecho, si una lectura no te cambia en algo, alguito... creo que fue tiempo perdido.
Valeria: hola lectora omnívora, un gusto verte por aquí. Me vino a la cabeza el final de Buenos días tristeza... ese sí que es un buen final (si bien no me gustaría estar en la piel da la protagonista). Saludos.
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