foto: Lali
Lee los buenos libros primero,
lo más seguro es que no alcances a leerlos todos.
Henry David Thoreau (1817-1862),
escritor estadounidense.
La lectora dispone de una hora libre. Una hora para encontrar un buen lugar donde sentarse a leer. Camina con esa firme intención, pero de pronto se detiene: la calle se divide en dos y no sabe por cuál seguir. Mira hacia una, mira hacia la otra. Ambas tienen linda luz y podrían contener sitios cómodos como los que a ella le gustan. Se detiene a esperar que algo extraordinario suceda en alguna de las dos calles y que así el destino decida por ella. Pero los minutos pasan y nada ocurre.
La lectora se apoya en una señal de tránsito estratégicamente colocada justo donde las calles se bifurcan. Saca de su cartera dos libros. Los observa. No sabe cuál leer. Por suerte el autor de uno de los libros siente los ojos dudosos de la lectora y se propone cautivarla. No se sabe bien cómo hace, pero de pronto emana del libro un aroma a café recién molido. La lectora lo abre y el otro, que sólo huele a tinta y papel, queda relegado para más adelante.
En algún lugar, el autor sonríe y se prepara un café.
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