30.3.10

La lectora en el living

foto: Lali


Los libros son como los sueños:
nadie sabe de dónde vienen.
Paul Auster,
escritor estadounidense (1947)

Si bien en Buenos Aires siempre tiene disponible un café, un banco de plaza, una escalera de escalones grandes o un pedacito de césped, hay días en que ella -sin renegar de lo que la ciudad le ofrece- anhela un living, pero no el suyo: uno que se encuentre al aire libre y que resulte la intersección entre su casa y la calle.
La lectora cierra los ojos e imagina que a su alrededor todo se transforma. Con su mente reconstruye el entorno. No elimina la ciudad, sólo agrega una lámpara que brota del suelo como si fuera un árbol, y un sillón sobre el pasto al mejor estilo de las rocas.


Farola Big King. D. Fischman & J. Kayser (2009)
Sillón BKF2000. J B. Doberti & C. Rimoldi (2001)
Foto realizada durante la muestra "Animales urbanos" en el Museo de Arquitectura y diseño (MARQ).




22.3.10

12.3.10

Las lectoras


Hoy nos llegó esta misteriosa carta

"Estimada Lectora: luego de una profunda búsqueda encontré esta obra de los hermanitos Renoir que me parece que le puede aportar algo a su blog.
Saludos,
Artemisa"

8.3.10

La lectora en Instantáneas

Miguel Sampedro saca y edita fotos con su iPhone y las sube diariamente al blog Instantáneas.
Le gusta encontrar rostros en objetos inanimados, así que si descubren un electrodoméstico con cara de lo que sea, no duden en hacérselo saber.

2.3.10

La lectora y Oblogo


foto: Lali

El buen lector hace el buen libro.
Ralph Waldo Emerson
(1803-1822), poeta estadounidense.

Un día sale apurada de casa y se deja el libro que estaba leyendo sobre la mesita de luz. No se olvida las llaves. No se olvida la billetera. Pero sí el libro.
En la cartera no trae nada interesante. Encuentra una receta médica, la lee. Un papel arrugado con una dirección y un horario. Lo lee también. Prueba con los carteles de la calle, pero nada de eso la satisface. Y justo cuando está por entrar en una librería para dirigirse al estante de "libros que aún no tengo pero que algún día quiero leer", un chico se para frente a ella, decidido y sonriente, y le extiende una Oblogo.
La lectora da un suspiro de alivio, agradece con lágrimas en los ojos y busca un rinconcito en la ciudad (cualquier rincón es válido) para recostarse contra alguna pared con su Oblogo a leerla, y releerla, y luego regalarla.

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