Por Olga Colmenares—
Desde ese día, otra idea comenzó a obsesionarla:veía la fragilidad en todo.Anahí Flores
Advertencia:
Abrir el libro lleno de Criaturas de Anahí romperá el tejido de tu realidad.
Abrir el libro lleno de Criaturas de Anahí romperá el tejido de tu realidad.
En los quince cuentos cortos reunidos en Criaturas (2018) de Anahí Flores (Buenos Aires, 1977), la fantasía se presenta de una manera tan diáfana que, al terminar cada uno de ellos, es imposible no revisarse el cuello en busca de branquias o los brazos para verificar que la sangre esté completa. Suelo divagar por las calles de Montréal y mis ojos, internos y externos, están siempre alerta, como un detector de metales, buscando cualquier hueco por el que mi realidad pueda perder su continuo. En otras palabras, ando cazando agujeros de conejo o gusano en los que escaparme. Leer Criaturas me demostró que no soy la única que cree que todo este constructo que llamamos mundo es un engaño. Abre un poco más los ojos y allí estarán las anfibias y las constelaciones de cerámica y el alma de un bebé no nacido y un bar lleno de vida como compañero de cuarto.
Los relatos de Anahí son femeninos y, por favor, no confundan esto con el feminismo, que de eso no se trata mi comentario. Trataré de explicarme mejor: Desde hace algunos años, una pregunta está rondando mis lecturas: ¿Cómo es la voz femenina en la literatura? Y por supuesto que hay muchos ejemplos e, incluso, puedo agregar que el dominio masculino parte de nuestro camino hasta aquí. Así, el devenir de la voz femenina es lo que es y punto, su evolución es la que es y punto. Sin embargo, no puedo evitar la tentación de jugar a Heidegger y preguntarme: ¿cómo sería la voz femenina “destilada”? ¿Cómo sería la voz femenina si hubiese sido la dominante en la ecuación, si hubiesen sido líneas paralelas, si hubiese sido libre desde el principio? De nuevo, esto tiene que ver menos con el patriarcado y más con el sentimiento que me deja este libro en el alma. Definitivamente, una voz que quiero seguir explorando.
El libro cuenta sobre los miedos que la mujer enfrente en este reino en el que su cuerpo parece seguir siendo una moneda de cambio. Me muestra el cuerpo de la mujer atado a la grasa –o a la obsesión por perderla–, a dar vida y dejar la vida en ello, a ser portadora de la sensualidad en tanto fantasía masculina, a soportar su fragilidad expuesta a la brutalidad, a las presiones por decir y hacer lo correcto sin importar que sea solo una actuación, a ser mujer. Los relatos de Criaturas me dejan ver lo que se esconde tras el telón de lo femenino como concepto social. Así veo a la madre que se preocupa por perder a sus hijos para siempre en el mar, pues sin ellos qué quedaría de ella misma; veo a la chica que quiere desafiarlo todo y termina como una esclava perpetua de una raza anfibia; a la madre desesperada por un cupo en el preescolar que lo dejará todo por conseguirlo; también a la chica angustiada por pertenecer tanto a otra clase social que finge ser otra. Se cuela el miedo a los ruidos y a los hombres que se acercan demasiado, a la fragilidad de la soledad como falta de la protección masculina, el cuerpo fuerte. Presenciamos la despedida de las almas que no nacieron y el tormento del sonido de un raspaje de útero.
Otro de los aspectos que me traen al terreno de lo femenino es la presencia de la metamorfosis que parece inherente a la condición de mujer. Por un lado, como camuflaje de supervivencia en una realidad que no está diseñada con ella en mente. Por otro lado, como escape a su condición frágil, aunque en algunos casos como aceptación de un sucumbir. Anahí no nos engaña con la estampa de la mujer fuerte que todo lo supera, sino que en lo fantástico esconde la fragilidad y, me atrevería a decir, el derecho a sucumbir. Una de las cosas que más disfruté de esta lectura es que no trató de venderme a una mujer que todo lo puede, sino que me regaló una colección de fotografías de nuestra fragilidad. Cargamos el peso de un mundo entero. Si pensamos, por ejemplo, en la maternidad, como la continuación de nuestra especie, es un trabajo enorme. Ser madres es dejar el pellejo, ya sea por proteger a ese nuevo ser de todos los peligros cotidianos o por el terror que produce el nido vacío. Dicho de otra forma, la definición de mujer como ser se compone a partir de la existencia de otro.
La autora es poeta y eso se deja ver en esta voz que nos cuenta el flujo de consciencia que interrumpe en la anécdota. Pienso en la cena de Al faro de Virginia Woolf. En especial uno de los relatos muestra cómo este flujo de consciencia es uno de los protagonistas de este libro. “Lisboa” es un relato en segunda persona con un narrador muy ingenioso –me lo reservo para no arruinarles la sorpresa–, que nos cuenta una de las experiencias más cotidianas: una visita al médico cuando sospechamos que algo no anda bien; recordatorio de nuestra condición mortal. Esta mujer se va con un libro, compañero que la distrae de la angustia de la sala de espera y que se convierte en el único asidero a la existencia. Y es que la fantasía no solo se trata de lo sobrenatural sino de la literatura como parte de ese flujo que sale y entra de lo que consideramos real. Por ello, me atrevo a decir que capto ese guiño al lector que al abrir el libro hace el pacto de suspenderse en otra realidad.
Finales llenos de sorpresa fantástica, finales llenos de añoranza, finales abiertos en los que la marea se lo lleva todo. Cuentos redondos o tan abiertos como dos líneas paralelas que no sabemos si se encontrarán en el infinito inalcanzable. Nombres de mujer: Rita, Constanza, Marina, Lupe, Bia, Azucena, Agustina, Hortensia, Vero. Cada una de sus historias revela un aspecto de lo significa ser mujer en esta realidad y en esta fantasía que se asoma. Cada una me regala una pieza más para entenderme y hablar en este lenguaje secreto que nos une, en esa condición única que es nuestra verdad y la interpretación que se hace de ella. Anahí Flores nos deja un espacio para que fisgoneemos en lo íntimo femenino sin ser aleccionador, sin perseguir ninguna reivindicación. Ella se mete con su cámara-pluma y nos reporta como quien manda las fotos de las miserias de una guerra.
Segunda advertencia: Los relatos que componen el libro son también poemas. No basta con leerlos una única vez y cerrar el libro, sino que piden volver a ellos para extraer su néctar y saborearlo. Con esto quiero decirte que este libro no es ara leerlo apurado, aunque se trate de cuentos cortos, este libro es para leerlo bajo el sol y dejarse ir. Cuando abrís un libro te sentís en tierra firme, a salvo sobre todo de ese movimiento constante que hay en tu cabeza.
Link a la nota original, acá.
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