El año pasado, gracias a Betina Z, el cuento Unos granitos de arena llegó a la editorial Estación Mandioca. Hoy nos encontramos, el cuento ilustrado y yo. ¿No le queda genial, a Sofi, el pelo negro y la vincha?
Granitos de arena
Al principio parecía que a Sofi no le gustaba la arena. En la playa, pedía upa para atravesar los médanos y llegar al mar. En la plaza, se quedaba lejos del arenero. Lo miraba como si fuera un bicho que pudiera saltarle encima. Ni los castillos de arena, ni las torres, ni los animales hechos con moldes, ni la pala, ni el rastrillo ¡nada la tentaba! Si, así y todo, tocaba la arena por error, se la sacudía incluso cuando ya no tenía más.
De a poco se fue acercando. La miraba con atención. Demasiada arena junta la inquietaba. ¿Cómo saber qué se esconde entre tantos granitos sueltos?
Pero un día quería ir a los juegos y se olvidó de que el tobogán es como una isla en el medio del arenero y que, para llegar, hay que atravesar el mar de arena. Sin darse cuenta hundió un pie. De un salto se puso a salvo, en la vereda. Se sacó el zapato y estuvo un buen rato sacudiéndose el pie.
Algo cambió aquel día. A la mañana siguiente, volvió a meter el pie en el arenero. Y no sólo un pie: corrió hasta el tobogán. Fue tan rápido que parecía que casi no tocaba la arena. Como si flotara dos o tres centímetros por encima de la superficie. Ese día volvió a casa con los zapatos y el ruedo del pantalón llenos de arena. La arena se desparramó en el piso de casa. Mamá la llevó a Sofi directo a la bañadera y, después, fue a buscar la escoba. Cuando llegó con la escoba ¿adónde se había ido la arena? De la arena no quedaba ni un granito.
Así pasaron los días. Iban a la plaza y Sofi volvía a casa enarenada. Y ahora traía arena no sólo en los zapatos, también en los bolsillos, en el pelo, por debajo de la remera. Al llegar a casa, mamá le sacaba la ropa y la llevaba a la bañadera. Cuando volvía con la escoba para barrer… ¡ni un granito de arena!
Mamá no le dio vueltas al asunto y aceptó esta limpieza instantánea como algo natural; al fin y al cabo, ¡qué mejor que las cosas se limpien solas! Jamás imaginó que había ocurrido lo que ocurrió.
Todos los días, mientras Sofi se bañaba después de ir a la plaza, la arena que había salido de la ropa se agrupaba en un montoncito. Después, los granitos formaban una fila que iba como un tren (o como una serpiente larga) hacia el cuarto de Sofi. Sin que nadie se diera cuenta, la arena se metía debajo de la cama. Cada día había más. La arena es silenciosa y puede pasar mucho tiempo quieta, sin que se note que está ahí.
Una tarde a Sofi se le volcó un vaso de agua. El agua se derramó por el suelo y fue, como un arroyo, hacia abajo de la cama. Mamá vino con un trapo para secar. Las dos se asomaron debajo de la cama y descubrieron que, al juntarse el agua y la arena, se había formado una playa.
Sofi la convenció a mamá de que no limpiara, al menos durante ese día, su playa particular. Y se pasó toda la tarde nadando en las olas de su cuarto.