Estamos terminando el segundo mes de licencia por maternidad en nuestro blog. ¿Qué pasará en marzo...? Muchas gracias a los amigos que enviaron sus textos para que durante enero y febrero completos la lectora se diera una pequeña pausa. Si aún no los leyeron, pasen por aquí.
Y hoy está con nosotros María José Eyras, quien anduvo por Europa hace poco y encontró lectores por todos lados. El mes pasado tuvimos a su lectora en Lisboa, y hoy a su lector en París. ¿Será que seguirá encontrando lectores urbanos, también en Buenos Aires? Ya veremos. Y quien quiera conocer el nuevísimo blog de nuestra amiga, visite ¡Ay Candela!
Un lector en París
Una llega a París después de una vida entera, con tantas ganas de caminarla que ni abre la valija y sale a aprovechar la última luz de la tarde. Bordea el Sena, se detiene en les bouquinistes, cruza Le Pont des Arts, admira las vistas del Louvre. Transportada, se va acercando a Nôtre Dame, la divisa desde la plaza, generosa antesala, y se dice de pronto qué lindo sería escuchar misa allí, ¿cuándo? Habría que averiguar horarios, consultar la guía, Internet. Entonces, ya en la cola de turistas que entran continuamente, como un río, al interior del santuario, comprueba sorprendida que sí, hay misa en Nôtre Dame. Y avanza amparada por el Ave María, el mismo que su madre cantaba de joven en la iglesia del pueblo, y aunque es más vale agnóstica le da por llorar. Será la Catedral, la casualidad, el deseo cumplido, la cosmopolita París, el cura africano, la cantante oriental, el río de turistas, estar en ese templo en ese momento. Pero no hay tiempo de detenerse a pensar. Una ya sigue caminando, devorando la ciudad, las vistas elegantes y sensuales cuando lo descubre, a orillas del Sena, ensimismado. ¿Qué lee el lector? Ha de ser una novela, qué otra cosa si no, se dice. Y en segundos pasa otra vez una vida entera y es la sala de la casa de la abuela en el pueblo de su madre, entre toscos sillones y el perchero Thonet, en verano, y una (¿la misma?) está tirada en el piso cuan larga es, leyendo ensimismada. Está, fugazmente, en la París de Víctor Hugo o de Alejandro Dumas cuando ya el compañero de este viaje la apura, apremia, le recuerda la hora y caminando, siempre caminando, una se pregunta si aún en la Ciudad Luz, después de todo, no siente nostalgia al ver al lector francés, así de absorto, disfrutando junto al Sena de su viaje estático. Sin aviones ni caminatas.