ilustración: Carolina Loguzzo
Cierta vez, la lectora encontró un libro abierto y se quedó tanto tiempo leyéndolo que se olvidó de que los libros, una vez leídos, hay que cerrarlos y guardarlos. Y como no recordó este detalle, se quedó a vivir entre las páginas. Nada más lógico, en realidad, para una lectora. Ahora nunca precisaría parar de leer.
Pasó el tiempo y otros lectores se aproximaron al mismo ejemplar. Algo debía tener ese libro, ellos también se fueron quedando metidos en los cuentos. Por suerte había espacio para todos, era un libro de más de cien páginas.
Pero un día, cuando ya habían recorrido cada historia una y mil veces, los lectores, reunidos en consejo, decidieron cambiar de aires. Y enseguida lo hicieron: inspiraron profundo, emergieron a la superficie del papel y, empujando con fuerza, consiguieron abrir el libro. Entonces, tomándose de los pies para no perderse, se deslizaron por el aire hacia otro libro igual de abierto.
Caro ya dibujó para la lectora en La lectora en el mar y en un haiku.
Además, aquí está el mismo post, pero en el blog de ella.