foto: Diego Nogueira
A la lectora no le importa si hay una mancha de café en una página. O de mate, o de té. Al contrario, le gusta descubrir los rastros de los antiguos lectores, o de ella misma, antes. Y sabe que el libro que tiene en sus manos, por más que lo sacuda y le sople las hojas, a partir de ahora tendrá arena. No hay aspirador que consiga sacar toda la arena, nunca, de ningún objeto. Algunos granitos quedarán en el papel, dando brillo a las letras, lustrando la curva de una ese, o inventando tres puntos suspensivos dorados donde menos se los espera.